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Junta de hijas
Se dieron cita en casa. Sí, así como hay Junta de vecinos, de taxistas, de
políticos, de padres y representantes, en mi casa de vez en cuando hay una Junta de hijas. Esta vez como que fue más grave el asunto a tratar. Médicos iban y venían. Exámenes de sangre, heces y orina, radiografías, ultrasonidos, mamografías, resonancias, Papanicolaou, etc. Me obligaron a una revisión física, orgánica, bioquímica, cerebral y hasta de latonería y pintura, con chequeo de la masa muscular y el índice óseo.
Yo, observando como si estuvieran filmando una película muda donde representaba el conejillo de indias. Me trajeron una esteticista, de esas especialistas en todo: uñas, piel y pelos. Me dejaba hacer... Alguna culpa “entraña” me ponía dócil. Tal vez por la muñeca que nunca pude comprarles, para que le hicieran vestidos y la peinaran con lacitos y hebillas de colores brillantes.
Tan sólo miraba. Y esto, sin duda, empeoró el diagnóstico. La mayor parte del tiempo “dialogaban” en algo así como “en lenguas”, gestos, miradas y manos. Decidí cerrar los ojos para concentrar toda la energía en el sentido auditivo. Algo estaban por decidir. Era importante que la objeto del asunto se enterara, por si estaba a tiempo de cambiar el curso de los acontecimientos.
No sé por qué pensé en las esclavas de siglos pasados.
Las bañaban con cepillos de cerdas gruesas, les untaban crema de leche y perfumes almizclados, y las embarcaban para los viejos y nuevos mundos como mercancía nada comestible, aunque quién sabe... en esas urbes caníbales... Las hacían desfilar ante los posibles capitalistas para la franquicia, ofertándolas según la forma del cuerpo: las pasadas de libras se consideraban diestras en labores de nanas y cocina; las otras, para faenas más rudas, como acompañar a los señores en sus descargas y cargas de objetos “contundentes” para la labranza y la siembra. Agucé todo el sistema auditivo y, por supuesto, el parasimpático; es decir, de vez en cuando ponía una sonrisita de gafa que no sabe nada de nada. Efectivamente, el oído se hizo biónico,
o al cerrar los ojos pensaron que andaba por esos mundos de la invención creativa, por lo que subieron los escasos decibelios de los susurros.
—Hay que hacer algo, no puede seguir así. A este paso ni tú ni yo nos casaremos nunca. No podremos hacer nuestras vidas con tranquilidad, ni tener nuestra propia familia. Le doy largas a mi matrimonio, como igual has hecho tú. Ni siquiera puedo tomar mis vacaciones completas, sino a pedazos. Y todo por estar pendiente de ella. Porque de paso, cuando la invito a viajar siempre tiene un pretexto de algo por concluir.
—Por mi parte he hecho todo lo que acordamos el otro día, la he mantenido medio arreglada con la excusa de las fotos para mi portafolio curricular. Al menos trato de que esté bien peinada. Pero el mono y la franelita no ha habido manera de cambiárselo por un trajecito medio elegante. Y mira que le he comprado blusas y pañuelos de todo tipo; dice que se siente como ahorcada y en medio de una fiesta social permanente.
—Pues ni modo, terminemos de hacer lo que planeamos. Todo es por su bien. Preparemos los documentos.
—Ya entenderá que queremos lo mejor para ella. Y para nosotras un poquito de respiro. ¿Te imaginas si nos pasa algo, si nos morimos primero? Se me encoge el corazón de figurármela frente al computador, seca como una uva pasa, con los pellejos colgándole y el bozo como un tendedero de cortina. Porque ni siquiera hace un alto para su propia comida balanceada. Si por ella fuera, con un emparedado y un café cerrero, cargado y sin azúcar, tendría suficiente.
—Ya puse el aviso en los diarios, en cualquier momento empiezan a sonar los móviles. Hay que estar atentas y no hablar cerca de ella cuando concertemos las citas.
—Ya la pancarta está en lo alto de la casa. Estaré pendiente del timbre y de tenerla bien vestida y peinada.
—Eso de no tener una mamá normal como las demás nos causa mucho desbarajuste. Casi nadie la visita; a no ser los cobradores de luz, periódico, condominio, gas. Nadie llama para preguntar: ¿Está la escritora? Todos dicen: ¿Está la señora?
—Es tan niña, se la pasa en un solo ensueño; llora con sus escritos, se ríe y vuelve a llorar. ¿Será eso el síndrome de Peter Pan femenino? Vive de fantasía en fantasía. La quimera más grave es la de que es escritora; pasa hasta 18 horas frente al computador. Claro que le han publicado unos libritos la beneficencia de Cultura del Estado, pero más nada. Nadie la invita a los eventos literarios, ni la sientan en medio del tabernáculo intelectual.
Entonces, eso no puede ser tan importante como para esa entrega total a expensas de una vida social sana, con amigas y amigos. Ni siquiera sale a los bingos como todas las señoras normales; parece más viuda que divorciada.
—¡Y la última manía…! Tú no lo notas como yo porque vienes cada quince días. Se la pasa en Internet todo el día y buena parte de la noche, mandando sus escritos a listas literarias. El otro día le desconecté unos cables y le dije que se había dañado en todo el barrio. Al principio estaba tranquila esperando con paciencia las reparaciones, pero a medida que transcurrían los días se puso como tigra enjaulada. Trotaba un rato y regresaba directo a la computadora, no sé si sudorosa o en llanto. Una tarde se puso perspicaz, se metió debajo de la computadora, revisó los cables uno a uno y dio con el “desperfecto”, y lo reparó. Es medio autista para relacionarse, pero bien pila para sus cosas.
—Dejemos que sea ella la que atienda la puerta cuando vengan los tres candidatos que seleccionamos en las entrevistas; fueron los únicos con las credenciales justas. Entre ellos, alguno tendrá que escoger. No le queda otra.
—Menos mal que se nos ocurrió eso de los balances bancarios y al menos un trabajo fijo y de larga data. Porque tampoco es que la vamos a regalar. Está bien que no tengan que mantenerla, pero eso de que venga un timador a vivir de ella tampoco.
—Fue acertado lo de las pruebas sensomotoras y psicológicas, además de los exámenes médicos con los especialistas de nuestra confianza. Que ya de neuróticos ha tenido suficiente. Roguemos porque entre estos tres esté el candidato, su alma gemela, como dice ella cuando la presionamos: “Hasta que llegue mi complemento, mi gemelo”. Mira que todavía, a esa edad, y sigue creyendo en esa tontera. Es que es demasiado ingenua, le falta malicia.
—Yo diría que pericia. Ella no entiende que hay que probar por aquí y por allá, hasta dar con lo que medio podría ser un esbozo de alma gemela. Bueno, vamos a acostarnos. Mañana le soltamos todo y la preparamos. Le mostramos las fotos y los documentos de los pretendientes. Esta noche ni en broma se lo decimos porque es capaz de tomar su PC, meterlo en su mochila y asilarse en la embajada de la tercera edad.
—¿Y si se niega? Ella tiene su carácter.
—Pues entonces que se prepare para el geriátrico, porque ni tú ni yo vamos a dejar de vivir nuestras vivencias para protegerla de que no se vuelva pasa seca frente al computador.
—Ya sabes lo que nos va a decir... que ella no se mete con nosotras, que no interviene si andamos o desandamos por la vida, que ya decidió su soledad, que nos desheredó, que la casa la puso a nombre de Internet, y que vayamos bien lejos a cantarle a Gardel. Hasta es capaz de cambiar los cilindros de la puerta o mudarse para otra ciudad.
—Tiene que entender que ésta puede ser su última oportunidad. Vamos a hacerla entrar en razón. Ella se pone suavecita si le masajeamos la cabeza y el cuello mientras está en el computador. Además, cuando vea las fotos que publicamos... La coquetería es lo único que no se le ha extraviado de la mirada y el corazón. Vieras cómo se le ponen los ojos de achinaditos cuando le tomo fotos con luces y poses. No sabe que lo hago para subirle la estima, y se convenza de una vez por todas lo bonita y atractiva que sigue siendo. Duda por la hipermetropía, que además la tiene en el corazón. Pretextos que se pone para que le sobre espacio y silencio para ella sola.
Como una gata en puntillas y con un lapicero de linterna, cuando las sentí profundamente dormidas, respirando fuerte, me calé los lentes para ver de cerca y fui directo a los periódicos, sección clasificados que nunca leo. Ahí estaba la prueba del delito: “Se solicita esposo serio, de buena presencia, con trabajo fijo y solvente tanto en lo económico como en lo ético; sin vicios ni conflictos psicológicos-emocionales. La candidata es una escritora sana, solvente en todos los órdenes, y de muy buen ver. Los interesados deben tener a mano toda la documentación requerida en cuanto a carta de trabajo, balances bancarios y buena disposición para evaluaciones médicas. Favor hacer citas con sus hijas por los siguientes móviles…”.
¡Santo cataclismo de fin de mundo! Lo que me faltaba para completar mi autismo fenotípico y múltiple, que apenas iba por la mitad en la descarga de Kazaa audio. Busqué una linterna de mayor capacidad lumínica y me fui a quitar la segunda venda, la de los altos de la fachada de la casa, mi buhardilla, mi refugio, mi todo. En letras fosforescentes y de gran calibre: “Se solicita esposo de buena estampa, con liquidez y honorabilidad, para dama de mediana edad, dulce, comprensiva, romántica, y con un proporcionado coeficiente intelectual y económico”. Lo de la mediana edad me hizo entender las angustias que mis pobres hijas debían estar pasando –con justa mortificación– ya que por culpa de la salud que tengo podría traspasar la barrera de los cien años. Y viéndolo desde esa perspectiva, realmente hasta yo empiezo a preocuparme. No estoy muy segura de mi propio espíritu de sacrificio, de soportarme a mí misma haciéndome pipí encima, o resbalándome en todas partes cuando las rodillas se me vuelvan majaretes de gelatina cartilaginosa. Menos mal que existe todavía la literatura de ciencia ficción. Ya trazaré un personaje que invente una mixtura, la misma que usó Matusalén, para que, al menos, me fortalezca las rodillas, mientras me hago pipí en ellas.
De todas forma… el gustazo que me di. Me reacomodé físicamente personaje abyecto, asqueroso, babeante, con las mejillas “sonrosadas” con caca. Uno a uno, fueron huyendo los pretendientes, con los ojos desorbitados.
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